Había un matrimonio campesino muy aficionado a comer camarones,
esos riquísimos camarones que abundan en el río San Juan de Chincha. La mujer
especialmente tenía antojos, el esposo, que era muy complaciente con su señora,
decidió preparárselos, consiguió suficientes camarones para preparar un buen
ceviche de colitas y un sabroso chupe. Regresa a su casa y en el camino se le atraviesa
una víbora. Coge una piedra y con gran puntería, aplasta la cabeza, contempla
su hazaña y con el fin de mostrarle a su esposa la culebra, la recoge y la envuelve
en una hoja de papel periódico. Llega a su casa y entrega a su mujer dos
paquetes, uno con los camarones y el otro con la víbora, pero sin acordarse de
contarle lo ocurrido. La señora toma los papeles y con los camarones se dedica
a preparar los potajes de su predilección guardando el otro. A la hora de la
comida el esposo preguntó a la mujer por el paquete que contenía la culebra, y
ella le responde que estaba guardado porque tan solo tenía una varilla de metal
en forma de culebra. El marido, sorprendido, se dirige a la cocina para
cerciorarse de las palabras de su señora y en efecto, encuentra una varilla de
metal, color amarillo. La culebra se había convertido en oro. Con esa culebra
de oro solucionaron, sus problemas económicos, ya que con la venta del oro
compraron una chacrita, que era la mayor ambición de su vida.
Hojas de
plata
En una tarde verano, partía de Tambo de Mora, doña Mariana cargada
de años, plácidamente cabalgaba en un robusto jumento, enjaezado con freno de
plata, y serón de las más cotizadas “jerga” de Ayacucho. Al pasar por una
chacra cerca de la “Centinela”, sembrada de sandías se bajó a cortar varias rápidamente.
Luego, sigue a pie para evitar el cansancio de la bestia, al notar la hora
avanzada, lanza el pencazo al jumento para darse prisa en el camino y de vez en
cuando miraba el bello ocaso, pero ante
la fatiga, más le importaba pasar la Huaca antes de las seis de la tarde, en
vista de los comentarios que giraban sobre el tesoro escondido. Ya cerca del
lugar, el rumor del viento y la gran caída de hojas, cual un remolino, la hace
voltear a todos lados, llenándose de asombro al advertir en el suelo, un
cuaderno de hojas plateadas, que se entreabren a manera de un abanico para
desaparecer en el escaso tiempo de dos minutos.
El muerto que se llevó el diablo
Era esta persona que tuvo una vida muy desordenada y llena de
pecados. Los comentarios sobre su mal llevada vida, pasaban de boca en boca,
sin que nadie se atreviera a decírselo directamente. Así mismo, era comentario
general que este hombre había hecho un pacto con el Diablo, quien a cambio de
su alma y su cuerpo, le proporcionaba el dinero necesario para sus vicios y
diversiones con las mujeres. Como todo ser vivo, éste tuvo que morir. El día de
su fallecimiento la gente se incomodó mucho por saber si sus sospechas se
confirmarían con su muerte. Todos se preguntaban que sería de su cuerpo y si
era de verdad que el diablo se posesionaría de él. Más que por curiosidad que
por otra cosa, varios concurrieron al velatorio; otro tanto no lo hizo por
temor a que se presentara el demonio en pleno acto por cobrar la deuda, hasta
que al promediar la una de la madrugada solo se quedaban los familiares más cercanos,
los cuales no pasaban de siete. Estas personas, muy fatigadas por las muchas
horas que habían permanecido despiertas, en un momento dado se quedaron
dormidas. Al despertar, miraron con asombro que el lugar donde antes se hallaba
el cajón con el muerto, estaba vacío. ¡El muerto y el cajón habían
desaparecido! Asustadísimos recorrieron la casa y los lugares aledaños,
tratando de ubicarlo, pero no lo hallaron ¿Dónde estaría? ¿Se lo habría llevado
en realidad el diablo, como comentaba la gente? ¿Qué harían ahora cuando
estaban a escasas horas del sepelio, al mismo que habían invitado a muchas
personas? Al no encontrar el cadáver, dieron por descontado que el diablo se lo
había llevado. Inmediatamente se dirigieron a la funeraria en busca de un nuevo
ataúd, el cual reemplazaría al desaparecido. Los siete acordaron no decir nada
de lo acontecido. Consiguieron el cajón, colocaron en su interior un tronco
grueso para que le dé peso, y luego procedieron a cerrarlo herméticamente. Cuando
llegaron las personas para llevar el muerto al cementerio, se sorprendieron de
encontrar la caja mortuoria totalmente cerrada. Entonces solicitaron les dejen
ver el rostro del fiado, pero tal petición les fue negada, porque naturalmente,
si abrían la ventanilla, lo único que verían sería un tronco seco, ya que el
muerto se lo había llevado el diablo. Ante la situación, volvieron a tomar
fuerza los rumores ya conocidos, a pesar de ello concurrieron al entierro. Quienes cargaron el cajón,
camino al cementerio, asegurarían que el muerto estaba dentro, pues el cajón
tenía peso.
¡Qué equivocados estaban los que tuvieron la oportunidad de cargar el ataúd! En lugar de una persona habían enterrado un tronco, y el muerto se hallaba en poder del diablo, quien de esta manera saldaba cuentas con quien llevó una vida llena de diversión y pecados gracias al dinero que le proporcionaba.
¡Qué equivocados estaban los que tuvieron la oportunidad de cargar el ataúd! En lugar de una persona habían enterrado un tronco, y el muerto se hallaba en poder del diablo, quien de esta manera saldaba cuentas con quien llevó una vida llena de diversión y pecados gracias al dinero que le proporcionaba.
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